La reseña
En cierta forma es curioso que a una cineasta de avanzada como Lucrecia Martel le hayan propuesto debutar en la ópera con un título como Andrea Chénier, que sobrevive en el repertorio principalmente por el interés de las partes vocales. La cineasta Sofía Coppola, por ejemplo, se inició con La traviata (cuya producción se iba a ver este año en el Colón, pero lamentablemente no se pudo), lo que en principio parece más apropiado. Andrea Chénier no es teatralmente demasiado interesante, aunque seguramente Martel le habría encontrado alguna vuelta. En fin, Martel tuvo un accidente (al parecer, un desprendimiento de retina del que recién ahora se estaría reponiendo), y lo único que quedó de su proyecto son algunos extras contratados y algunos decorados de Emilio Basaldúa.
La dirección escénica debió asumirla en tiempo récord Matías Cambiasso (coordinador general del escenario del Teatro Colón), y lo hizo con profesionalismo. No cabía esperar muchas sorpresas o enfoques renovadores. Los movimientos de masas se desarrollaron con prolija obviedad, aunque algunas coreografías, como la que acompaña en el primer acto el coro de pastores y pastorcillas, hubiera sido más conveniente suprimirlas. Son como raídos retazos de la historia de las representaciones operísticas.
Los vestuarios son históricos, mientras que los decorados de Basaldúa son más bien atemporales. Son funcionalmente eficaces, y poseen un cierto simbolismo. Tal vez se trate de una ilusión óptica, pero en un momento parece verse un aire de familia con los mataderos que el arquitecto Salamone construyó en varios pueblos de la provincia de Buenos Aires (caso se trate de una metáfora de la guillotina, el destino que le espera al poeta Chénier en esta ópera ambientada en el período más terrorífico de la Revolución Francesa).
La representación gana en la medida en que la escena se vacía. La presente producción está sostenida por las voces. La ópera pide buenas voces, y aquí las tiene. Empezando por José Cura en el rol protagónico. Chénier, como seguramente cualquier otro, es un rol que puede ser cantado de diversas maneras.
Cura es intenso y épico, incluso en algunos duetos amorosos, y definitivamente no es un cantante preciosista: en algunos agudos extremos parece desgañitarse un poco, pero de todas formas su línea es siempre firme y convincente y su personalidad irradia una fuerza extraordinaria. La soprano italiana Maria Pia Piscitelli se luce vocal y dramáticamente en el rol de Magdalena.
Pero la gran figura de esta representación es el barítono Fabián Veloz como Gérard (un rol no menos central que el de Chénier en esta obra, y acaso más interesante), impecable y magistral en todos los detalles. Guadalupe Barrientos, como Bersi, es otra buena figura de un reparto que, en los roles principales, completan Gustavo Gilbert como Mathieu, Alejandra Malvino como Madelon, Cecilia Aguirre Paz como la condesa de Coigny y Emiliano Bulacios como Roucher.
El Coro dirigido por Miguel Martínez cumple sobradamente, mientras que la Orquesta Estable fluye con brillo, seguridad y matices bajo la dirección del rumano-estadounidense Christian Badea.
Tras los aplausos de rigor, la sala en pleno entonó el Cumpleaños feliz; es que ese mismo martes cumplió 55 años José Cura, que agradeció el gesto llevándose las manos al corazón y visiblemente emocionado.
Ficha Andrea Chénier
Autor Umberto Giordano
Director Christian Badea
Régie Matías Cambiasso
Director del Coro Miguel Martínez
Sala Teatro Colón, martes 5, Gran Abono, repite días 9, 10, 12, 13 y 16
Calificación Muy buena