El Acto I se abre en los aposentos privados de Vitellia, la hija del depuesto y asesinado emperador Vitellio. Está furiosa por no poder acceder al trono casándose con Tito, que es el actual emperador y que muestra una preferencia por Berenice, la hija del rey de Judea. Vitellia lo vive como una afrenta y se muestra decidida a obtener lo que quiere tramando el asesinato de Tito. Acude a Sesto, que está enamorado de ella, para que le ayude en su proyecto. Él accede, pero como es, al mismo tiempo, un amigo leal del emperador, se debate entre su amor por Vitellia y la lealtad hacia su amigo.
Tito hace llamar a Sesto por medio de Annio. Le informa de que Tito, un político sumamente astuto, ha decidido enviar a Berenice de vuelta a Judea. Renacen con ello las ambiciones de Vitellia y pide a Sesto que no lleve a cabo el plan que habían acordado. A cambio de su amor, ella le exige su confianza inquebrantable. Annio recuerda a Sesto que su deseo más ferviente es casarse con Servilia, su hermana. Ruega a Sesto que pida a Tito que dé su consentimiento a la unión. Los dos hombres celebran su amistad imperecedera.
En el Foro romano, el pueblo aclama a Tito, su amado emperador, enfrente del Capitolio. Él declara que el oro que iba a ser destinado a un templo construido en su honor se gastará, en cambio, en las víctimas de la erupción del Vesubio. Cuando Sesto está a punto de pedirle que permita la boda de Servilia y Annio, Tito anuncia que, tras haber desterrado a Berenice, ha elegido a Servilia para que sea ella quien se convierta en su esposa. Annio oculta su asombro y saluda la noticia de la unión con entusiasmo. Con gran tristeza, Annio comunica a Servilia la decisión de Tito; los dos enamorados se confirman los sentimientos que se profesan.
En el interior del palacio imperial, Publio, un guardia del emperador, le lleva una lista con los nombres de los conspiradores. Su conversación se ve interrumpida por la llegada de Servilia, que se arroja a los pies del soberano y revela el amor que siente por Annio. Tito queda impresionado por la honestidad de la joven y se muestra dispuesto a abandonar sus planes de casarse con ella. Vitellia cree que Servilia está encantada ante la perspectiva de su futuro matrimonio con Tito y, una vez más, se siente rechazada y despreciada.
Ella aviva con astucia los celos de Sesto con la intención de empujarlo a llevar a cabo su miserable plan. Entregándose a su pasión, Sesto repite su juramento de absoluta obediencia a ella y se va para ejecutar el asesinato. Vitellia se entera por Annio y Publio de que Tito ha tomado otra decisión: ahora es Vitellia la elegida para ser su esposa. Intenta, en vano, avisar a Sesto. Este ha prendido fuego al Capitolio y se debate entre su ciega pasión y la lealtad hacia su amigo. En medio del incendio reina la confusión y se rumorea que Tito ha muerto. Sesto está a punto de confesar públicamente su crimen, pero Vitellia le impide hacerlo, porque no quiere que se revele su participación en el complot.
El Acto II se abre en el interior del palacio imperial. Sesto, que se siente culpable, confiesa a su amigo el crimen que ha cometido. Annio le aconseja que se mantenga fiel al emperador y le dé muestras de su lealtad. Vitellia está intentando librarse de Sesto, al que considera ahora un lastre; le da la orden de que escape. Aparece Publio y arresta a Sesto; Lentulo, que había participado con él en la conspiración, y que fue víctima del ataque fallido, lo ha denunciado. Mientras se lo llevan, Sesto, convencido de que va a morir, se despide de su amada. No tiene el valor de admitir su participación en la conspiración.
En la gran sala de las audiencias públicas, patricios y magistrados por igual dan gracias por el rescate de Tito. Sin embargo, el emperador no está convencido de la culpabilidad de Sesto, pero Publio confirma que sí estaba involucrado en el plan de matar al emperador. Sesto será arrojado a los leones, pero Annio interviene a favor de su amigo y ruega a Tito que permita que sea su corazón el que tome la decisión final. Tito se encuentra atrapado entre sentimientos contradictorios, pero accede a recibir en una última audiencia a Sesto. Cara a cara, los dos hombres se miran fijamente. Sesto declara su responsabilidad al emperador y le ruega que acabe con su vida.
Con el fin de proteger a Vitellia, se niega a dar ninguna explicación de por qué ha llevado a cabo una acción tan descabellada. Tito, que atribuye la actitud de Sesto a un orgullo obstinado, confirma la sentencia de muerte. Sin embargo, cuando se queda solo, rompe la orden que acaba de firmar y se dirige al Capitolio, dejando con ello que Publio crea que la suerte de Sesto está sellada.
Vitellia cree que Sesto la ha traicionado, pero Servilio y Annio le imploran que utilice la influencia que tiene en su futuro marido para obtener el perdón para Sesto. Es entonces cuando Vitellia comprende que Sesto no ha revelado su nombre como instigadora del asesinato, ya que Tito sigue queriendo contraer matrimonio con ella. Vitellia decide confesar y admite que preferiría morir antes que convertirse en emperatriz gracias a la muerte de Sesto.
Tito aparece en el anfiteatro y es aclamado por la multitud. Cuando está a punto de anunciar su decisión de perdonar a Sesto, Vitellia admite su propia culpa. Tito se siente abrumado por este segundo acto de traición, pero su poder se basa en el amor y la paz. Decide actuar con clemencia, no sólo con Sesto, sino con todos los demás conspiradores. Todos se unen para alabar al emperador y a los dioses.