Nota actualizada: El Teatro Real comienza el nuevo año con La flauta mágica, de Mozart

Una deslumbrante producción de cine

El Teatro Real comenzará el nuevo año con la reposición de la deslumbrante producción de  La flauta mágica, de Wolfgang Amadeus Mozart, concebida por Suzanne Andrade, Paul Barritt y Barrie Kosky, ya presentada con mucho éxito en su escenario en enero de 2015.

En esta ocasión se ofrecerán 13 funciones, entre el 19 de enero y el 24 de febrero, nuevamente con el director musical de Teatro Real, Ivor Bolton, al frente de un doble reparto, del Coro y Orquesta Titulares del Teatro Real y de los Pequeños cantores de la JORCAM.

La creativa y sorprendente puesta en escena del director australiano Barrie Kosky, estrenada en la Ópera Cómica de Berlín en 2012, devuelve a La flauta mágica su carácter de espectáculo popular, divertido y estimulante. La producción, inspirada en la imaginería de Buster Keaton y en el cine mudo de los años 20, carece de decorados y en ella los cantantes interactúan con las proyecciones de una ingeniosa película de animación llena de ritmo, humor e imaginación.

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Desde el 19 de enero al 13 de febrero | Teatro Real

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Fotografías de la producción de enero de 2015

En aquella ocasión la ópera estuvo protagonizada por distintos cantantes solistas, con excepción de Joan Martín-Royo (Papageno), Ruth Rosique (Papagena), Rafal Siwek (Sarastro) y Mikeldi Atxalandabaso (Monostatos), Elena Copons y Gemma Coma-Alabert (damas), que repiten los papeles que han interpretado entonces. | Fotógrafo: © Javier del Real Teatro Real

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Sophie Bevan (Pamina) y barítono Joan Martín-Royo (Papageno)

Elenco

Un doble reparto se alternará en las representaciones, dando a vida a los personajes principales: Andrea Mastroni y Rafal Siwek (Sarastro / Orador), Stanislas de BarbeyracPaul Appleby (Tamino), Albina ShagimuratovaAleksandra Olczyk y Rocío Pérez (La Reina de la Noche), Anett Fritsch y Olga Peretyatko (Pamina), y Andreas Wolf y Joan Martín-Royo (Papageno).

Completan los papeles protagonistas Ruth Rosique (Papagena) y  Mikeldi Atxalandabaso (Monostatos), que cantarán con ambos repartos.

Sinopsis de La flauta mágica

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Una deliciosa fábula sobre la fraternidad, rebosante de simbología y guiños masónicos, terminaría convirtiéndose el testamento musical de Wolfgang Amadeus Mozart.

Sería la última de sus óperas que vería escenificada y cuyo estreno dirigiría.

La flauta mágica nació fruto de la desesperación: Mozart se había visto prácticamente marginado de la vida musical vienesa tras la coronación de Leopoldo II como emperador, lo cual había hecho estragos en su economía doméstica.

En una precariedad económica similar se encontraba su amigo y empresario teatral Emanuel Schikaneder, quien le propuso componer una ópera para su teatro y quien, además, se hizo cargo del libreto (y de dar voz al primer Papageno). El resultado de esta colaboración obtuvo un éxito inicialmente modesto, tal vez porque, a pesar de sus episodios de genial comicidad, los ideales humanistas que subyacen a la obra no encajaron bien con las expectativas de un público eminentemente popular.

Pero esos tímidos inicios darían rápidamente paso a una creciente consciencia de que La flauta mágica era simplemente sublime. Su profundidad y coherencia, su poderoso mensaje pacifista y su capacidad para incitarnos tanto a la acción como a la reflexión siguen hoy intactos.

La ilustración y la «mayoría de edad» de la humanidad

Por Joan Matabosch

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El sacerdote de Isis, Sarastro, conduce a la humanidad hacia la búsqueda de la verdad a lo largo de un proceso en el que el “hombre natural” es invitado a convertirse en un “hombre espiritual”, en el que la razón, el amor, el coraje y la lealtad van a ocupar el lugar del instinto, el miedo, la tiranía y la sumisión. Mozart lo explica, en “La flauta mágica”, como un cuento moral alegórico a través del proceso de iniciación del príncipe Tamino, que aprende con arrojo a entender el sentido del mundo que habita y a hacerse digno de la sabiduría y del amor. El individuo abandonado al instinto –Papageno- no es necesariamente maligno, pero no es todavía plenamente un hombre. Piensa y reacciona con el impulso indulgente de los chiquillos, pero le falta hacerse “mayor de edad”, le falta trascender las dinámicas de su naturaleza puramente material. Como decía Immanuel Kant en un célebre artículo publicado en 1786, “la Ilustración es la salida del ser humano de su minoría de edad”. Eso es precisamente lo que le falta a Papageno para ser plenamente un hombre. Papageno es solo astuto, Tamino es sabio; Papageno tiene el instinto de aparejarse y reproducirse, Tamino, además, ama. Porque, como escribía Rousseau en “Émile” (1762), “la tendencia del instinto es indeterminada. Un sexo se siente atraído por el otro: este es el movimiento de la naturaleza. La elección, las preferencias, el lazo personal, son obra de las luces”.

Para que Tamino adquiera la noble dignidad de los hombres merecedores de ese nombre, debe aprender a guiarse por principios y sentimientos espirituales, simbolizados por la prudencia y el amor que encontrará, respectivamente, en el “Templo de la Sabiduría” y en la princesa Pamina. Para llegar a su objetivo, Tamino se tendrá que emancipar del mundo de las tinieblas que rige la Reina de la Noche actuando con el coraje y con la disciplina ineludibles en un tal proceso de purificación. La Reina es el símbolo del pensamiento reaccionario, del oscurantismo irracional, sectario y despótico, mientras que Sarastro encarna el equilibrio, la tolerancia, la aceptación disciplinada de las normas y la libertad de pensamiento.

Pero Mozart proporciona otra vuelta de tuerca a su propio planteamiento introduciendo un elemento de complejidad en los arquetípicos personajes de su fábula metafórica. “La Reina representa la oscuridad, pero no carece de elementos positivos –escribe Andrés Ibáñez-. Sus tres damas ayudan al príncipe y le entregan, por encargo suyo, una flauta mágica, del mismo modo que entregan a Papageno unas campanitas mágicas. También gracias a la Reina se ponen ambos en contacto con esos tres espíritus que, desde los aires, ayudan a los seres humanos. En cuanto a Sarastro, tampoco carece de lado oscuro. Su razón para raptar a Pamina, la hija de la Reina de la Noche, es que está enamorado de ella (…). Sarastro tiene además un servidor, Monostatos, que es brutal e inhumano. Es el jefe de los esclavos, y se deleita poniendo cadenas”.

En definitiva, se trata ciertamente de dos mundos divididos por actitudes intelectuales –y filosóficas- irreconciliables, pero los personajes que encarnan cada uno de esos mundos –el pensamiento ilustrado versus lo reaccionario- están llenos de luces y sombras y distan mucho de ser sin tacha. Las ideas puras, cuando más allá de su formulación abstracta se encarnan en personas humanas, se alejan sustancialmente de lo impecable de sus esencias, de lo virtuoso y de lo perverso, porque la realidad es mucho más compleja. Y acaba resultando que hay manchas más inexcusables de lo que querríamos reconocer en quien encarna lo ilustrado y, a su vez, que hay un cierto altruismo entre las tinieblas de quien personifica lo anacrónico. Y esa es la grandeza de Mozart, que sabe inyectarle a su fábula esa incómoda complejidad más allá de su firme convicción de que la verdad, el futuro y la redención de la humanidad pasa inexorablemente por los principios racionalistas y liberales del “Aufklärung”. De hecho, sin este planteamiento ilustrado no son comprensibles ni Le nozze di Figaro, ni “El rapto en el serrallo”, ni, desde luego, La flauta mágica.

En efecto, Mozart sintonizaba con ese nuevo pensamiento más laico, más libre, más igualitario y más racional, que se abría camino en último tercio del siglo XVIII, y encontró en la forma popular del “singspiel”, lúdico, vital, en alemán, alternando canto y declamación y en contraste con la rigidez retórica de la “opera seria”, un altavoz brillante de esta nueva sensibilidad intelectual y política que quería contribuir a propagar y a ver triunfar en toda Europa. Para su puesta en escena, Barrie Kosky y Suzanne Andrade han querido encontrar en la actualidad un formato que, como el “singspiel” del siglo XVIII, apele a un arte popular que permita esa misma mezcla de fantasía, surrealismo, magia y emociones humanas. El montaje que repone el Teatro Real, creado en la Komische Oper, alude al cine alemán de la República de Weimar y al Berlín de los años 1920, centro creativo importante en el terreno de la cultura, el cabaret, el cine mudo y el cine de animación. Papageno recuerda al Buster Keaton de “El colegial” y al Chaplin de “Tiempos modernos” por el candor con que intenta cazar los pollos asados que salen de una gran máquina industrial; Monostatos es un poco el Nosferatu de Murnau; Pamina es una pariente de Louise Brooks; y Sarastro parece un cruce entre Abraham Lincoln y el Doctor Caligari, entre reminiscencias del Harold Lloyd de “El hombre mosca”, los dibujos animados, el cómic de los años 1930 y el “pop art” a lo Lichenstein. Los cantantes interactúan con las imágenes que brotan, resbalan o explotan sobre ellos y reaccionan a sus movimientos de forma sincronizada. Se usan todos los elementos propios del cine mudo: el gesto acentuado, el piano de acompañamiento y los subtítulos entre las escenas, siempre con un ritmo endiabladamente ágil.

Los personajes son, de hecho, una prolongación de las imágenes animadas, de manera que éstas potencian la complejidad de la galería de arquetipos. Sarastro transmite su sosegada dimensión humanista, pero su poder también se representa por una gran cabeza en cuyo interior habitan inquietantes ruedas y palabras simbólicas: trabajo, sabiduría, arte y ciencia.

A la manera de criaturas salidas de un cerebro sabio pero también lunático y con tics totalitarios. Los mundos de la Reina de la Noche y de Sarastro representan una forma de paternidad en negativo, como una amenaza directa sobre la pareja de Pamina y Tamino: por un lado, la madre posesiva como metáfora de las fuerzas devorantes de la naturaleza, que se encarna en una enorme araña maternal que despliega sus patas frente a su hija a la manera de los barrotes de una prisión, al estilo de las Maman de Louise Bourgeois, madre castradora que vigila mientras protege, que se blinda mientras busca perpetuarse en sus crías, enfrentada a una autoridad paternal glacial que remite a un orden racional y científico. En definitiva, personajes arquetípicos pero que esconden aspectos contradictorios. Como si Mozart quisiera, a la vez, rendir un apasionado homenaje a las ideas ilustradas y masónicas y ponernos en guardia ante los personajes que las encarnan, que son seres humanos llenos de incongruencias, como la humanidad misma.

Joan Matabosch es director artístico del Teatro Real

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Nota de prensa

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Dossier de prensa

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NdeP – Teatro Real – Dpto. de prensa / Press Office

 

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