NOTA ACTUALIZADA: El Teatro Real presenta 12 funciones de «L’Elisir d’Amore», ópera buffa de Gaetano Donizetti

Entre el 29 de octubre y el 12 de noviembre

El Teatro Real presentará, 12 funciones de una divertida producción de L’elisir d’amore de Gaetano Donizetti, coproducida con el Palau de les Arts de Valencia, que ya se pudo ver, con gran éxito, en 2013.

El director de escena Damiano Michieletto traslada la trama de la ópera de la campiña vasca a la animada costa mediterránea, recreada por el escenógrafo Paolo Fantin que, con la iluminación de Alessandro Carletti, logra crear la magia de los largos días estivales y las noches propicias a la seducción, la fiesta y el vicio.

En los papeles principales se alternarán Brenda Rae y Sabina Puértolas (Adina); Rame Lahaj y Juan Francisco Gatell (Nemorino); Alessandro Luongo y Borja Quiza (Belcore), Erwin Schrott y Adrian Sâmpetrean (Dulcamara). Javier Camarena interpretará el papel de Nemorino en la función del 9 de noviembre, antes de su actuación en la Gala del 13 de noviembre.

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Una vez más el Coro y Orquesta Titulares del Teatro Real interpretarán la popular ópera de Donizetti, en esta ocasión con una lectura musical más historicista y cercana a los preceptos interpretativos decimonónicos, capitaneada por el director musical Gianluca Capuano, que debutará en el Real.

Dos repartos destacados son liderados por Erwin Schrott, Javier Camarena, Francisco Gatell, Sabina Puértolas y Brenda Rae, entre otros grandes artistas.

12 funciones entre el 29 de octubre y 12 de noviembre | Teatro Real

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Sobre la obra

Melodramma giocoso en dos actos

Música de Gaetano Donizetti (1797-1848).
Libreto de Felice Romani.
Basado en el libreto de Eugène Scribe para la ópera Le Philtre (1831) de Daniel-François-Esprit Auber

Estrenada en el Teatro Cannobiana,
Milán, 12 de mayo de 1832
Estrenada en el Teatro Real, 4 de enero de 1851

Producción del Teatro Real, en co-producción con el Palau de les Arts Reina Sofía de Valencia

Equipo artístico

Director Musical
Gianluca Capuano

Director de Escena
Damiano Michieletto

Escenógrafo
Paolo Fantin

Figurinista
Silvia Aymonino

Iluminador
Alessandro Carletti

Director del Coro
Andrés Máspero

Reparto

Adina
Brenda Rae – 29 oct; 2, 4, 6, 8, 10, 12 nov
Sabina Puértolas – 30 oct; 3, 7, 9, 11 nov

Nemorino
Rame Lahaj – 29 oct; 3, 7, 10, 12 nov
Juan Francisco Gatell – 30 oct; 2, 4, 6, 8, 11 nov
Javier Camarena – 9 nov

Belcore
Alessandro Luongo – 29 oct; 2, 4, 6, 8, 10, 12 nov
Borja Quiza- 30 de oct; 3, 7, 9, 11 nov

Dulcamara
Erwin Schrott – 29 oct; 2, 4, 6, 8, 10, 12 nov
Adrian Sâmpetrean – 30 oct; 3, 7, 9, 11 nov

Giannetta
Adriana González

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Un marco «Buffo» para un cuadro romántico

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Por Joan Matabosch

Dice Slavoj Zizek que la “opera buffa” es “un género democrático que se esfuerza por lograr la promoción social, la igualdad entre las diferentes clases sociales, la superación de las diferencias y, por último, ofrecer la perspectiva de una humanidad común o una comunidad humana”. A su manera, L’elisir d’amore se ajusta a las características del “género buffo” que tanto éxito popular estaba teniendo en la época en que Gaetano Donizetti componía sus primeras óperas; y, de hecho, la anécdota cómica de la pequeña estafa de un charlatán de feria que vende elixires “milagrosos” suena a arquetípica del género. Pero esa pócima mágica alrededor de la cual se articula la acción, y que incluso da título a la ópera, no juega, en realidad, ningún papel esencial. Lo que altera los sentimientos de los personajes no tiene nada de mágico sino que es sencillamente la fuerza transformadora del amor que ablanda, conmueve y desarma a quien lo reconoce en el otro. Porque, sin renunciar a las apariencias de “lo buffo”, lo que realmente pretende L’elisir d’amore es abrirse, desde la intimidad de los dos protagonistas, al mundo del romanticismo.

Para reproducir este choque, esencial en la estructura de la obra, entre una armadura extravagante y caricaturesca, perfectamente “buffa”, y unos personajes que, pese a lo desvariado de ese entorno, van a acabar por dejar entrever su alma humana y emotiva, Damiano Michieletto ha decidido que la acción de su puesta en escena transcurra en un decorado hiper-realista, aparentemente caótico y de hilarante fealdad, que recrea con sarcástica precisión la atmósfera informal de unas vacaciones en una playa tomada por las multitudes, entre una delirante cacofonía de colores, duchas, sombrillas, tumbonas, palmeras, arena, toallas, boyas, sillas de plástico, hamacas para tomar el sol, colchones de aire, pistolas de agua, campos de beach volley, parques acuáticos con abundancia de espuma y chiringuitos de copas como el “Adina”, propiedad de la protagonista y gestionado por su amiga Giannetta y su empleado Nemorino, tímido, torpe y naïf , que es el encargado de abrir y cerrar las sombrillas e instalar las tumbonas en la playa. El pobre Nemorino es sistemáticamente objeto de pequeños desprecios y ninguneos por parte de su patrona y de su corte de monitores de stretching, motoristas y vendedores de colchones inflables que ocasionalmente pasan por el chiringuito para darse un respiro.

El hecho de que la relación entre Adina y Nemorino sea, de entrada, profesional, crea una dinámica de poder entre ambos que explica perfectamente el punto de partida de la trama. La naturaleza de Nemorino es ciertamente frágil e ingenua, pero en cualquier caso el muchacho se encuentra en una situación de inferioridad objetiva respecto a Adina porque no es más que su empleado; y ella no va a permitir que los bañistas que la cortejan mientras broncea su piel crean que va a dejarse seducir por el insignificante chico de las tumbonas, por mucho que más adelante tenga que admitir que le agrada mucho más de lo que había estado dando a entender.

Para dejar clara esa glacial indiferencia hacia Nemorino que estima forzoso exhibir entre sus amigos y admiradores, Adina está dispuesta incluso a coquetear con el arrogante Belcore, el chulo-piscinas fanfarrón oficial, carne de gimnasio, pavo real exhibicionista y, en el fondo, mucho más fácil de engatusar que Nemorino como comprende, más que nadie, Dulcamara cuando le endosa, a la que se acercan los gendarmes de la patrulla, las sustancias sospechosas de su cargamento. De forma que el registro policial acabará con el arresto del petulante Belcore y con Dulcamara yéndose de rositas.

Dulcamara es, en efecto, un pequeño dealer de la provincia que vende cremas para adelgazar, bebidas energéticas en latas y otros productos alucinógenos menos confesables en pequeñas bolsas de plástico que esconde entre las pertenencias del más despistado de los bañistas en cuanto aparece la policía, lo que sucede con frecuencia porque su turbio pasado es ampliamente conocido y no pasa precisamente desapercibido en su jeep, rodeado de cinco señoritas despampanantes con estridentes pelucas rojas.

No cuesta mucho encontrar en los arquetipos de la commedia dell’arte napolitana las raíces de esta galería de personajes de L’elisir d’amore, por mucho que Donizetti finalmente los haya teñido de ese punto de gravedad y de sentimiento que presagia el mundo del romanticismo. Frente a enamorados tan hábiles, tan inteligentes y tan seductores como el Conde de Almaviva, Nemorino no es conde, ni sabe leer, ni sabe seducir: sólo sabe amar, torpe pero con una desarmante sinceridad, tierno, marginal y, de alguna manera, romántico. Ya en tránsito hacia otra estética, L’elisir d’amore se caracteriza –como dice Sylviane Falcinelli- por “la armoniosa mezcla entre una irresistible frescura y un toque sentimental que rompe sistemáticamente el mecanismo habitual de las intrigas bufas. El resultado es una descripción más humana de los personajes”. Todo eso sin dejar de ser una “opera buffa” que, a su manera, encuentra su código dentro de la definición de Zizek. El marco es ciertamente “buffo”, como la delirante playa de Damiano Michieletto, pero el cuadro tiene ya todos los síntomas de lo romántico.

Joan Matabosch es director artístico del Teatro Real

Nota de prensa

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Dossier L’Elisir d’Amore

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NdeP – Teatro Real – Dpto. de prensa | Press Office

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