La Calisto, un drama musical de Francesco Cavalli en el Teatro Real

Del deseo… a la eternidad

La lenta recuperación del genio de Francesco Cavalli nos ha permitido descubrir, tras siglos de olvido, las delicias de La Calisto, hoy un título imprescindible de la ópera barroca.

En su estreno en el Teatro Real, Ivor Bolton y Christopher Moulds se alternan al frente de la Orquesta Barroca de Sevilla y dos repartos de primer nivel formados por Karina Gauvin, Monica Bacelli, Louise Adler (recientemente premiada en el concurso BBC Cardiff Singer of the World 2017), Tim Mead y Xavier Sabata, entre otros grandes intérpretes barrocos.

David Alden aprovecha la gran expresividad y fuerza dramática de la música de Cavalli para crear una puesta en escena donde los dioses, antaño inalcanzables, demuestran ser tan irreverentes como los seres humanos que gobiernan.

La Calisto, un drama musical de Francesco Cavalli en el Teatro Real | Toda la Música
La Calisto, Christiane Karg, Anna Bonitatitbus – © Wilfried Hösl | Bayerische Staatsoper

La Calisto, un drama musical de Francesco Cavalli en el Teatro Real | Toda la Música

Sesiones

17 de marzo
(D) 18:00h – Abono Estreno

18 de marzo
(L) 20:00h – Abono X

19 de marzo
(M) 20:00h – Abono A

20 de marzo
(X) 20:00h – Abono B

21 de marzo
(J) 20:00h – Abono C

23 de marzo
(S) 20:00h – Abono G

24 de marzo
(D) 18:00h – Abono W

25 de marzo
(L) 20:00h – Abono H

26 de marzo
(M) 20:00h – Abono F

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Sobre la obra

Música de Francesco Cavalli (1602-1676)
Libreto de Giovanni Faustini, basado en el Libro II de Las metamorfosis (8 d.c.), de Ovidio
Estrenado en el Teatro San Apollinare de Venecia, el 28 de noviembre de 1651

Estreno en el Teatro Real
Producción de la Bayerische Staatsoper de Múnich
Monteverdi Continuo Ensemble
Orquesta Barroca de Sevilla

Desde que se recuperase en 1970 tras haber caído casi completamente en el olvido durante siglos, La Calisto ha pasado a ser una de las obras irrenunciables dentro de la ola de recuperación de repertorio operístico barroco. Su reconstrucción es particularmente interesante dado que, a diferencia de otras obras de la misma época, se conservan muchos documentos sobre su estreno.

Sabemos, por ejemplo, que la producción original fue de lo más sofisticada, con siete cambios escénicos, numerosos efectos especiales y una complejísima maquinaria. Así de sustancial fue el grado de recursos asignados a una obra que ahonda, de forma irreverente, en las relaciones entre los dioses y los seres humanos, y que debió sonrojar y cortar la respiración a una gran parte del público de entonces.

No en vano, la historia, que bebe de las Metamorfosis de Ovidio, gira en torno al amor de Giove por la bella ninfa Calisto, quien lo rechaza en su apariencia masculina para sucumbir en cambio ante su cortejo cuando él se disfraza de la diosa Diana. Francesco Cavalli da buen a cuenta de un libreto que incluye también cómicas tramas subordinadas, y que le inspiró a componer música de gran originalidad y lirismo.

La Calisto, un drama musical de Francesco Cavalli en el Teatro Real | Toda la Música
La Calisto, Christiane Karg – © Wilfried Hösl | Bayerische Staatsoper

Ficha artística

Dirección musical:
Ivor Bolton (Mar. 17, 19, 20, 21, 23, 24, 25)
Christopher Moulds (Mar. 18, 26)

Dirección de escena: David Alden
Escenografía: Paul Steinberg
Figurines: Buki Shiff
Iluminación: Pat Collins
Coreografía: Beate Vollack

La Natura / Satirino / Le furie
Dominique Visse

L’Eternità / Giunone
Karina Gauvin (Mar. 17, 19, 21, 23, 25, 26)
Rachel Kelly (Mar. 18, 20, 24)

Il Destino / Diana / Le furie
Monica Bacelli (Mar. 17, 19, 21, 23, 25, 26)
Teresa Iervolino (Mar. 18, 20, 24)

Giove
Luca Tittoto (Mar. 17, 19, 21, 23, 25, 26)
Wolfgang Schwaiger (Mar. 18, 20, 24)

Mercurio
Nikolay Borchev (Mar. 17, 19, 21, 23, 25, 26)
Borja Quiza (Mar. 18, 20, 24)

Calisto
Louise Alder (Mar. 17, 19, 21, 23, 25)
Anna Devin (Mar. 18, 20, 24, 26)

Endimione
Tim Mead (Mar. 17, 19, 21, 23, 25, 26)
Xavier Sabata (Mar. 18, 20, 24)

Linfea
Guy de Mey (Mar. 17, 19, 21, 23, 25, 26)
Francisco Vas (Mar. 18, 20, 24)

Pane
Ed Lyon (Mar. 17, 19, 21, 23, 25, 26)
Juan Sancho (Mar. 18, 20, 24)

Silvano
Andrea Mastroni

Vida (desenfrenada) en Venecia

Un texto de Joan Matabosch

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La Calisto surge, en la Venecia del siglo XVII, entre lagunas en penumbra, humores libertarios, libertinos y sulfurosos, disfraces excéntricos de carnaval, que invitan a la transgresión de todos los límites, y entre resonancias de la excomunión del papa Pablo V a toda la Serenísima. Es difícil imaginar que pueda existir una ópera más veneciana que La Calisto. Sorprende, de entrada, el eneciano tratamiento lúdico, desacomplejado y humorístico de la sexualidad, pero sería impropio reducir la obra a este único aspecto. A medida que avanza, la trama subida de tono de la ópera de Francesco Cavalli se va impregnando de recogimiento y espiritualidad hasta acabar evocando el sentido de la existencia, la inmortalidad del alma, el precio y los límites del amor y el libre arbitrio concedido por el Creador a sus criaturas. Este es, de hecho, el sentido del giro de la acción en el último acto: la esposa celosa de Júpiter, Juno, protectora de la mujer romana legítimamente casada y del matrimonio, cuyo honor está constantemente ultrajado por un esposo voluble, castiga sin piedad a la pobre Calisto convirtiéndola en un oso. Pero la calamidad se transmuta en una bendición cuando Júpiter le otorga la inmortalidad y la asciende al cielo en forma de la constelación Osa Mayor; y, a su vez, al hijo que ha tenido con Calisto lo convierte en la Osa Menor.

Detrás de la delirante trama de la ópera se encuentra el convencimiento, muy de la época, de que el hombre es el juguete de sus pasiones desordenadas. Frente a ellos, las mujeres se defienden con sus propias armas, que varían en las tres estaciones de la vida representadas por los personajes de Calisto, Diana y Linfea. Bajo el punto de vista de las mujeres, las proezas amorosas de los hombres son patéticas y estúpidas. Ellas tienen su propia agenda y proclaman que, desde su libre determinación, tienen derecho al amor, al sexo y a que se respete, si se da el caso, su deseo de permanecer castas. Calisto, servidora de Diana, «ha sido arrancada del bosque para ser convertida en una estrella y –como dice David Alden- luego es abandonada.

Es una víctima». Diana parece fría, agresiva y distante, obsesionada con la decencia, pero está secretamente enamorada del apuesto pastor Endimión, al que declara su fuego bajo los efectos de un sueño profundo que, según cree, le da licencia para dar rienda suelta a sus deseos carnales. E incluso la anciana ninfa Linfea, que está cansada de ser virgen y quiere un marido, proclama a los cuatro vientos «Voglio essere goduta», es decir, que ella también quiere ser gozada.

El universo del drama heroico-erótico de La Calisto, a la vez poético, truculento, insolente, irónico e histriónico, es un gran teatro de dioses frívolos, castidades falsas y sátiros lúbricos. El adúltero Júpiter es el soberano de un mundo envejecido, concupiscente, sediento de placer, víctima de pasiones degradantes desprovistas de todo romanticismo. Sus acciones son indignas y Mercurio a veces se lo reprocha. Lo que tiene su mérito teniendo en cuenta que Mercurio es el dios protector de los mentirosos y los ladrones, y no es nada fácil escandalizarlo.

El todopoderoso Júpiter, figura principal del panteón romano, es aquí una especie de precursor de todos los Don Juanes. En compañía de su cómplice Mercurio (su Leporello) baja a la tierra con el firme propósito de seducir a una servidora de Diana, la bella Calisto. No va a descartar ningún medio para lograr su propósito. Primero irrumpe sin máscara, presentándose como el dios supremo, convencido de que la asombrada joven no podrá menos que ceder al instante. Pero las cosas no van como Júpiter había previsto y Calisto rechaza sus proposiciones con un chorreo de reproches que casi lo logran sonrojar: «¿Es que el inmortal Júpiter, que debería proteger, obrando santamente, el vestido virginal, inflamado por el fuego mortal, intenta desflorar los cuerpos castos y anular los votos de los corazones puros devotos de la Cíntia? –le espeta Calisto–. Eres un vulgar lascivo, que fuerzas la naturaleza a obedecerte con sortilegios mágicos».

Lejos de darse por vencido, Júpiter concibe un plan alternativo: se traviste de Diana para que Calisto lo confunda con su suma sacerdotisa excitando una atracción homoerótica que calcula que la debería dejar sin defensas. El plan funciona como un reloj: ante otra mujer, nada menos que la mismísima Diana, Calisto cae rendida, le concede sus favores y olvida sus votos. Pero los juegos eróticos con esta falsa Diana (que sólo el público sabe que es Júpiter disfrazado) agradan tanto a Calisto que no tarda mucho tiempo en dirigirse a la auténtica Diana para reclamarle más de esas atenciones galantes de las que tanto ha gozado. La rígida Diana se queda pálida ante tanta depravación: «¿Qué dices de dulzuras y de besos dados y retornados? –le echa en cara-. Nunca había escuchado a una virgen más deshonesta (…). ¡Calla, lasciva, calla! ¿Qué delirio obsceno confunde tu mente? ¿Cómo, inmodesta, has profanado tu corazón y has introducido en él estos deseos sucios? ¿Qué infame meretriz podría, deshonesta, decir palabras peores que las tuyas?».

A su vez, el bello Endimión, soñador y afligido, está enamorado de Diana y observa atónito cómo ella (de nuevo Júpiter disfrazado) hace propuestas lascivas a Calisto. Indignado, interrumpe el galanteo para sumarse él mismo al juego añadiendo más confusión y salsa picante a la situación, porque a la relación lésbica que estaba teniendo lugar, se añade ahora un enredo homosexual: Endimión abraza a la falsa Diana (que es Júpiter), y el dios de los dioses tiene que escapar como puede para no ser forzado por otro hombre. La ópera está plagada de situaciones de un atrevimiento sorprendente, pero es lo contrario a un elogio del placer y la concupiscencia. De hecho, lo que expresa es mucho más el desplacer del placer. Ciertamente no hay ninguna desaprobación moral, nada que se considere en sí mismo inmoral, pero la conclusión es que ese imperio de los sentidos que favorece la libidinosidad de los dioses lleva a la infelicidad.

No hay ópera más veneciana que La Calisto también en otro aspecto. La hipocresía de esta fauna de dioses del Olimpo puede (y debe) leerse como una denuncia de los abusos de las autoridades morales romanas del siglo XVII, tan odiadas por los venecianos. La persecución de Endimión tal vez sea el ejemplo más explícito. Se trata de un pastor de la Arcadia enamorado de los astros del firmamento, provisto de un telescopio con el que lleva a cabo –como dice Mercurio, maliciosamente– «loables estudios basados en la observación de las estrellas que resplandecen en el cielo». Estos estudios y, sobre todo, sus conclusiones, son considerados inaceptables y los sátiros le exigen que renuncie a sus convicciones. Es decir, la subtrama evoca con inaudita osadía el proceso a Galileo Galilei, que residió en Venecia entre 1592 y 1610, protegido por la Serenísima de la persecución romana. Desde cualquiera de sus tramas, subtramas e intrigas, La Calisto es uno de los homenajes más llenos de vida, pasión y luz que se han dedicado a Venecia. Thomas Mann, Luchino Visconti y Benjamin Britten (Death in Venice, estrenada en Teatro Real en 2014) explicaron cómo la muerte llegaba a una Venecia asolada por la peste. La Calisto es lo contrario: Giovanni Faustini y Pietro Francesco Cavalli ponen su acento en una Venecia que resplandece entre ganas de gozar, de entregarse al placer. Finalmente, vida en Venecia.

Joan Matabosch es el director artístico del Teatro Real

NdeP – Teatro Real – Dpto. de prensa | Press Office

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