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Ver: Ennio Morricone
Difícil encontrar un compositor más prolífico y versátil que Ennio Morricone. Más de medio millas de bandas sonoras, arreglos para canciones pop, colaboraciones con iconos del rock como Morrissey y de la bossa nova como Chico Buarque, trabajador incansable y totalmente entregado a su arte, este lunes ha muerto uno de los compositores más icónicos y reconocidos de la historia de la música de cine, pero también de la música, así, sin apellidos.
Ha fallecido en Roma a los 91 años, y lo ha hecho cuatro años después de ganar su único Oscar —fue por la banda sonora de ‘Los odiosos ocho’, de Tarantino; en 2006 la Academia ya le había concedido el Oscar honorífico— y el mismo año en el que se le había concedido el Premio Princesa de Asturias de las Artes, compartido con John Williams.
Hace poco más de un año, en mayo de 2019, el italiano ofreció dos conciertos en Madrid en los que repasó sus temas más conocidos, en una especie de gira de despedida, casi premonitoria.
Se ha ido el padre de bandas sonoras de peso por sí solas, como las de ‘Por un puñado de dólares’, ‘El bueno, el feo y el malo’, ‘Hasta que llegó su hora’, ‘Los Odiosos Ocho’, ‘La misión’, ‘Cinema Paradiso’, ‘Los intocables de Eliott Ness’ y para la española ‘Átame’. De él dijo Bernardo Bertolucci, con quien trabajó en ‘Novecento’, que manejaba «dos identidades».
Por un lado la de compositor de «música contemporánea de extraordinaria calidad y música popular (no menos valiosa) para el cine. A lo largo de su vida ha alimentado estas dos dimensiones, como si ambas se enriquecieran mutuamente».
Morricone fue un músico incansable, experimental y desprejuiciado. Desde sus composiciones más vanguardistas, como las de su Gruppo di Improvvisazione Nuova Consonanza a sus bandas sonoras más sinfónicas, como las de ‘La misión’ o ‘Cinema Paradiso’, hasta los sampleados que con su música han hecho raperos como Jay Z, grupos pop como Muse o metaleros como Metallica, el italiano siempre ha sido un inconformista y un buscador: siguió siendo moderno con más de nueve décadas a sus espaldas. «Me gusta cambiar. Así no corro el riesgo de aburrirme», confesó en alguna ocasión.
Trabajó en Hollywood en producciones de alto presupuesto, pero también compuso la banda sonora de películas populares como ‘Dos granujas en el Oeste’ (1981), con Bud Spencer y hubo años, como 1969, en los que llegó a firmar 23 bandas sonoras, ninguna perezosa, ninguna insulsa. El mismo año (1968) compuso para Pasolini en ‘Teorema’, para Sergio Sollima en ‘¡Corre, Cuchillo, corre!’ y para Sergio Leone en ‘Hasta que llegó su hora’.
Su música también está muy ligada al giallo, ese género tan italiano de asesinos de mujeres, donde las casas son suntuosas, los colores estridentes y la modernidad tan sorprendente como elegante; trabajó con Dario Argento en títulos como ‘El pájaro de las plumas de cristal’ y con Lucio Fulci en ‘Una lagartija con piel de mujer’.
«Al principio aceptaba todo, porque tenía que trabajar», admitió en la serie de entrevistas que le hizo Alessandro de la Rosa, joven compositor y escritor, y que se convirtieron en el libro ‘En busca de aquel sonido. Mi música, mi vida’ (2017).
«Después me volví más selectivo y exigente, pero si un director me llama y yo respondo que sí, lo hago lo mejor que puedo». Y es que, hasta su muerte, Morricone ha sido estajanovista, levantándose diariamente a las cuatro de la mañana para componer.
Hijo de un músico, su padre le inscribió en la Academia Nacional de Santa Cecilia, donde comenzó a tocar la trompeta con pocos años de edad. Fue precisamente cuando a Mario Morricone lo movilizaron a tropas durante la Segunda Guerra Mundial, su hijo recogió su testigo y lo sustituyó como trompetista en orquestas de revista.
Comenzó a ganar dinero componiendo para obras de teatro y haciendo arreglos para programas de radio y televisión, y trabajó como ‘negro’ en bandas sonoras de cine —orquestaba y rehacía partituras de otros— desde 1955, cuando le arregló a Giovanni Fusco la banda sonora de ‘Los extraviados’ de Francesco Maselli.
Hasta que en su camino se cruzó Luciano Salce en 1961 y le pidió que hiciera la banda sonora de ‘El federal’, su primera película íntegra como compositor. «El acercamiento a la gran pantalla fue gradual, después de años repartido entre la radio, la televisión y la discografía, trabajando como ayudante de muchos compositores conocidos en aquella época«.
Pero el gran salto a la popularidad ocurrió en 1964, gracias a la banda sonora de ‘Por un puñado de dólares’ de Leone. Todo ocurrio un año antes, a través de una llamada telefónica en la que Leone, «sin demasiados preámbulos» le propuso un proyecto.
Cuando se encontraron cara a cara, ocurrió la magia: «Noté enseguida un movimiento en su labio inferior que me recordaba algo: aquel hombre se parecía a un chiquillo que había conocido en tercero de primaria. Yo le pregunté: ‘Pero, ¿tú eres Leone, el de mi colegio?‘ Y él: ¿Y tú Morricone, el que iba conmigo al viale Trastevere?‘. Como para no creérselo. Cogí la vieja fotografía del colegio y ahí estábamos los dos.
Fue increíble que nos encontráramos después de treinta años». Una amistad y un respeto que duró más allá de la muerte de Leone en 1989: Clint Eastwood le pidió colaborar en más de una ocasión, pero Morricone lo sentía como una traición a Leone y siempre declinó la oferta.
A otro de sus directores de cabecera, Giuseppe Tornatore, con quien ha trabajado en once películas, lo conoció mucho más tarde, en 1988. ‘Cinema Paradiso’ era el segundo largometraje de Tornatore, mientras que Morricone ya había compuesto 300 bandas sonoras.
«Pero él fue espléndido desde el principio, tratándome de igual a igual, sin dejar que me paralizase bajo el peso de su infinita experiencia», reconoce el director. Porque aunque el carácter del compositor siempre se ha reconocido como huraño, también ha sabido leer la pasión creativa de sus interlocutores, que es lo que al final acaba abriendo la puerta.