Romance imaginario en tiempos de la Revolución: “Andrea Chénier” cierra la temporada lírica del Colón

Finaliza la temporada lírica del Teatro Colón

Con la presencia del tenor José Cura, y bajo la dirección musical de los maestros Christian Badea y Mario Perusso, concluye el ciclo de ópera 2017 con la ópera más famosa de Umberto Giordano.

Teatro Colón de Buenos Aires

A partir del próximo martes, la temporada lírica del Teatro Colón finaliza con un puñado de funciones de Andrea Chénier, la ópera más conocida de Umberto Giordano, estrenada en la Scala de Milán en 1896. El rol protagónico, que en principio habría de interpretar Marcelo Álvarez, quedó en manos de José Cura, especialista en el repertorio verista quien, desde hace una década, viene desarrollando también una notable carrera como régisseur; en las funciones extraordinarias, el papel quedará a cargo del tenor Gustavo López Manzitti. Alternativamente, Fabián Veloz y Leonardo Estévez encarnarán a Carlo Gérard; María Pía Piscitelli y Daniela Tabernig se turnarán en el papel de Maddalena di Coigny. Tras la sorpresiva renuncia de la cineasta Lucrecia Martel, Matías Cambiasso asumirá la dirección de escena.

La ópera de Giordano transcurre durante la Revolución francesa y se inspira vagamente en la vida de André Chénier, escritor francés que fue ajusticiado en 1794. Este refinado poeta neoclásico apoyaba la Revolución, pero se oponía al radicalismo de Robespierre. No es verdad que haya vivido un romance al borde de la guillotina con la hija de la condesa de Coigny. Sin embargo, la muy real Aimée de Coigny había sido su musa: la víspera de su muerte, el escritor habría escrito «La joven cautiva», un poema dedicado a honrar su memoria. Aimée se transforma en Maddalena en esta ópera que propone una lectura amarga, aunque convencional, de la Revolución, focalizando el conflicto entre jacobinos y girondinos. El drama fue escrito por Luigi Illica, proveedor de varios libretos para Puccini, que no se privó de versificar los hechos de la Independencia argentina: junto a Héctor Quesada, concibió la historia de la ópera Aurora (1908), que musicalizó Héctor Panizza.

María Pía Piscitelli y José Cura ensayando “Andrea Chénier” Fotos: Arnaldo Colombaroli / Prensa Teatro Colón

Giordano concluyó más de diez óperas, varias de ellas en un acto. Dos exploran el mundo y la política rusos: la atrapante Fedoraque combina el melodrama con la intriga policial y el espionaje, y Siberia, odisea de una pareja de prófugos en la inmensidad de un desierto helado. Más compleja, y musicalmente más sutil, Siberia es tal vez su obra más memorable; se contaba entre las preferidas del compositor y provocó la admiración de Gabriel Fauré. Escrito en dialecto napolitano, el «boceto lírico» Mese mariano, de no más de 40 minutos, prefigura Suor Angelica de Puccini. (Cabe recordar que Puccini consideró y luego desestimó la posibilidad de escribir una ópera sobre la vida de André Chénier). Marcella se presenta como un «idilio moderno», pero en realidad es un drama mundano que reduce la vida de una mujer a tres condiciones: «trovata«, «amata«, «abandonada» (así se titulan los episodios). Mala vita, mal recibida al estrenarse en 1892, supuso la primera aparición cabal de los barrios populares napolitanos en la escena lírica: los héroes son un tintorero tuberculoso, su amante y una prostituta de los bajos fondos.

Matías Cambiasso, María Pía Piscitelli y José Cura

Mala vita se ajusta ortodoxamente a la estética del «verismo», corriente operística de finales del siglo XIX italiano que a veces reclama su identidad con la ópera a secas. Es el eco en la lírica del naturalismo literario. Valga este ejemplo: Giovanni Verga fue el autor de Cavalleria rusticana, breve relato que, tras convertirse en una obra teatral en la que descollaba Eleonora Duse, completó su escalada cuando Pietro Mascagni lo transformó en una de las óperas más famosas del repertorio. El verismo incorpora ambientes locales y acontecimientos contemporáneos; suele incluir la reproducción de lo dialectal o lo histórico y no teme incorporar lo vulgar. Campesinos, pastores, peones, mineros son los nuevos protagonistas de estas sombrías ficciones. Sumada a una apuesta por el impacto emocional y dramático, hay una pretensión realista que hoy percibimos tan estereotipada como cualquier otra convención.

Mario Perusso, María Pía Piscitelli y Fabián Veloz

Pero tal vez el verismo se defina menos por su elenco de temas y su pretendida verosimilitud que por un estilo vocal y un ideal de eficacia dramatúrgica. Las arias no entorpecen la acción y, por lo general, se funden al desarrollo escénico. En Pagliacci (1892), Ruggero Leoncavallo enriquece la propuesta del verismo con el recurso del «teatro adentro del teatro» y con un prólogo que merece considerarse el manifiesto estético del movimiento: la ópera, sostiene el payaso Tonio, debe llevar a la escena «un trozo de vida». Un ejemplo tardío y superlativo del verismo es la ópera en un acto que abre el Tríptico de Puccini: drama pasional centrado en un estibador parisino, Il tabarro se basa en una obra de Didier Gold, olvidado discípulo de Émile Zola.

El maestro Mario Perusso

Sin ser sofisticado, el lenguaje musical de Andrea Chénier presenta rasgos de interés, comenzando por su notoria adecuación al lucimiento vocal. Con cierta intención documental, Giordano incluye pasajes de música auténticamente revolucionaria (la Carmañola, el ‘Ah, ça ira’ y la Marsellesa) y, en el primer acto, nos ofrece la estilizada parodia de una gavota del Antiguo Régimen. La ópera empieza con el lamento de Carlo Gérard, el mayordomo que devendrá revolucionario. El aria inicial de Chénier, «Un di all´azzurro spazio«, tiene una estructura atípica: surge de la conversación a la manera de una réplica improvisada, se enciende en una invectiva contra la injusticia y líricamente se va transformando en un elogio del amor.

Fabián Veloz, Matías Cambiasso y María Pía Piscitelli

Del segundo acto, cabe destacar la belleza del tema que introduce la llegada de Maddalena, así como el dúo siguiente. El tercero ya ocurre en el hall del Tribunal Revolucionario, donde aparece el personaje tremebundo de la vieja Madelon. Tiene lugar un célebre monólogo de Gérard y, precedida por un solo de chelo, el aria más famosa de la soprano, donde Maddalena comenta amargamente la muerte de su madre: «La mamma morta«. En el último acto, muy breve, Chénier aparece encarcelado. Escribe su último poema y, muy pronto, se embarca con Maddalena en una muerte compartida que se reivindica como triunfo del amor. «¡Viva la muerte! ¡Juntos!», exclaman.

María Pía Piscitelli y José Cura

En la ópera en general, y en las óperas de Giordano en particular, las mujeres suelen sacrificarse por el hombre que aman. Siempre patética, esta circunstancia es a veces emocionante. Contra esa convención, sin embargo, habría querido alzarse Lucrecia Martel: en una entrevista concedida a este medio, sostuvo que tanto el romanticismo como su visión de la femineidad constituyen «una porquería». La acusación es vigorosa pero poco sutil, y tal vez no capte la complejidad del romanticismo tardío, muchas veces suicida, que rezuman las óperas veristas. Hace poco, con su adaptación de Zama, Martel nos regaló una versión oblicua y semiplausible de la atmósfera del Virreinato: contar con su aporte en el campo de la ópera hubiera sido enriquecedor. Lamentablemente, los detractores de la cineasta se quedarán sin motivos para deplorar y los entusiastas, sin nada que alabar.

José Cura

Cabe señalar que, este año, la temporada del Colón empezó y termina con dos óperas veristas: Adriana Lecouvreur, de Francesco Cilea y la ópera de Giordano que escucharemos a partir del próximo martes. Ambas nos permiten entrever cómo el siglo XIX, ya en sus postrimerías, imaginó o alucinó la fisonomía del siglo anterior. De Cilea a Giordano, pasando por Wagner, Händel, Dvořák o Kurt Weill, la temporada lírica 2017 combinó módicos aciertos con ocasionales traspiés. La producción de Franco Zeffirelli nos reconfortó a medias de la suspensión de la puesta, aún más suntuosa, que Sofia Coppola proponía para La traviata. En Adriana Lecouvreur, con su habitual idoneidad, la soprano argentina Virginia Tola atenuó el desplante que, en marzo, nos propinó la rumana Angela Gheorghiu. Es de esperar que, la semana próxima, la propuesta escénica de Matías Cambiasso rebaje a la condición de anécdota la comentada renuncia de Lucrecia Martel.

Andrea Chénier, ópera en cuatro actos de Umberto Giordano, se estrena el próximo martes 5 de diciembre a las 20:00, cerrando la temporada lírica 2017 del Teatro Colón. Las cinco funciones restantes se realizarán los días sábado 9, martes 12, miércoles 13 y sábado 16 de diciembre a las 20:00, y domingo 10 de diciembre a las 17:00.

** Las localidades ya se encuentran a la venta en la boletería del Teatro Colón, Tucumán 1171 (4378-7109), de lunes a sábado de 10.00 a 20.00 y los domingos de 10.00 a 17.00. También se pueden adquirir por vía telefónica, llamando al 5254-9100, o por Internet, ingresando en www.teatrocolon.org.ar.

Rodolfo Biscia

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